Escapada: la insólita razón por la que esta ciudad argentina es famosa en el mundo

Visita a la Casa Ronco, con una biblioteca de más de 300 libros de diferentes ediciones de la obra de Cervantes

LIFE STYLE11/04/2025
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Don Quijote nunca hubiese cambiado las mesetas de Castilla por las llanuras bonaerenses si no fuese por un abogado que contuvo la soledad infinita de las pampas armando una de las bibliotecas privadas más asombrosas que se hayan conservado en América Latina.

Gracias a Bartolomé Ronco, Azul es una de las pocas ciudades cervantinas oficialmente reconocidas en el mundo. La tranquila ciudad, que fue creciendo en torno del pequeño fortín de frontera encargado por Rosas, goza así de un insospechado prestigio internacional en el mundo de las letras españolas.

De haber llegado al País Azul, el noble hidalgo hubiera encontrado un paisaje a la desmesura de sus afiebrados sueños… y mangrullos en lugar de molinos. El Sancho Panza que hubiera reunido valor suficiente para acompañarlo en estas sierras podría haberse llamado Martín Fierro… No hay que creer que todo es casualidad, pero el bibliómano Ronco coleccionó, con la misma meticulosidad y la misma obsesión, ediciones de la obra maestra de José Hernández.

Como todas las grandes historias, la llegada del Quijote a Azul se merece un buen punto de partida. “A un lugar de la provincia de Buenos Aires de cuyo nombre nos acordamos…” llegó un día de 1908 un joven abogado frescamente diplomado. Al poco tiempo de asentarse y convertirse en un notable local, se dedicó a coleccionar ediciones de la obra de Cervantes. Esta pasión se convirtió en obsesión cuando falleció su hija única, a la par de su otro hobby: la confección de juguetes de madera. También impulsó la creación del Museo Enrique Squirru, al que donó una valiosa colección de platería gauchesca e indígena.

Esa historia es la que cuenta el guía de la Casa Ronco, una típica construcción criolla con ochava, como las hay de a miles en esquinas de pueblos del interior. En la sala principal, donde empieza la visita, las paredes están cubiertas de libros, pero no se llegó todavía al sacrosanto corazón de la biblioteca. En el piso quedaron algunos juguetes de madera, los mismos que Ronco fabricaba en su taller y regalaba a los niños de Azul.

Durante la primera parte de la charla se descubre que el abogado fue un incansable promotor de la lectura y la cultura en su ciudad y logró que la visitaran figuras como Borges, Rául González Tuñón o Rafael Alberti. Todos ellos viajaron a Azul para dar charlas o conferencias y para participar en la revista Azul, otra obra de Ronco. Algunos ejemplares se conservan en la biblioteca y muestran que entre los colaboradores estaban Jorge Luis Borges, Xul Solar, Roberto Arlt y Alfonsina Storni.

Cuando Ronco empezó a reunir ediciones de la obra de Cervantes para atesorarlas en los estantes de su estudio, los tiempos de la frontera y del “desierto” no quedaban tan lejos. La pequeña localidad, que en aquellos años se estaba transformando en ciudad, recordaba todavía con mucha claridad el Malón Grande de 1875. Aquel año, la comarca fue atacada por miles de guerreros que mataron a cientos de personas y se llevaron a otros tantos, diezmando el incipiente partido. Unos años antes, el primer censo indicaba que Azul y su región contaban con 7000 pobladores. En las primeras décadas del siglo XX, muchos recodaban todavía aquella tragedia y la pudieron contar en primera persona a Bartolomé Ronco.

Los estantes de la casa hablan por medio de los títulos de los lomos de los libros, cuidadosamente ordenados, y por algunas fotos familiares del matrimonio y su hija Margarita, fallecida a los 15 años. El guía, por su parte, se enfoca en señalar algunas ediciones más llamativas que otras y a recordar la vida del abogado y su matrimonio.

Finalmente, se pasa al despacho, donde se conserva la colección cervantina. Las fechas de impresión, el tamaño, el trabajo de las encuadernaciones o la belleza de las ilustraciones son los criterios del guía para sacar algunos volúmenes de la hermosa biblioteca de madera maciza. Se pone guantes para manipular estos ejemplares y acercarlos a los visitantes.

Los bibliómanos entran en un torbellino en el que giran más de 300 libros, cada uno más valioso o llamativo que el otro. Algunos están impresos con alfabetos exóticos, sea el hebreo, sea el japonés. También está la majestuosa edición con grabados de Gustave Doré y otra que fue ilustrada por Salvador Dalí. Las piezas más antiguas son españolas, del siglo XVII. Hay también varias del siglo XVIII, impresas en Francia, Bélgica e Inglaterra.

Imposible ver los 300 y pico libros del Quijote. Además, en esta parte de la biblioteca, hay más de mil volúmenes, porque Ronco coleccionó todo lo que llegó a alcanzar en torno de la vida y la obra de Cervantes.

A la muerte de su esposa, en 1985, fueron donados, como el resto, a la biblioteca de Azul. El mismo destino tuvieron las ediciones del Martín Fierro, menos numerosas, pero no menos valiosas, guardadas en otra pieza de la gran casona.

Azul es cervantina, pero también es salamónica. El caballero errante de las pampas no se desplazaba sobre un Rocinante extenuado sino con una avioneta, símbolo de la urgencia de una época marcada por el sello de la velocidad y del progreso. Francisco Salamone trajo el fulgor y el furor de los rugientes años 1930 hasta los rincones más aislados de la llanura y los empujó de lleno hacia la modernidad. Azul figuraba en su mapa y el doctor Ronco vio cómo se fue transformando su ciudad en pocos años, gracias a la impronta art déco y brutalista que le impuso el arquitecto cooptado por el gobierno de entonces. Era un estilo que provenía directamente de las urbes más pujantes del mundo, Nueva York, Moscú, París o Roma.

Bartolomé Ronco estaba dedicado de pleno a completar su asombrosa biblioteca, cuando el arquitecto Salamone levantaba torres de hormigón y edificios de líneas estilizadas. Hubiesen sido molinos amenazantes para un Quijote aferrado al pasado. El Circuito Salamone de Azul está conformado por la portada del Parque Municipal, la monumental portada del Cementerio municipal, el edificio del Ex Matadero de Azul y el Cristo del Vía Crucis. La plaza principal de la ciudad también lleva muchos elementos propios del diseño del arquitecto.

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